Argentina apunta a ser el segundo productor mundial de litio

Crecimiento a la vista.
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Los proyectos de extracción de litio en actividad son apenas dos puntos en el mapa de la Argentina: uno en Jujuy –Salar de Olaroz, donde son socios la australiana Orocobre Limited, la automotriz japonesa Toyota y el Estado jujeño– y otro en Catamarca –Fénix, donde opera la estadounidense Livent en asociación con BMW–. Si, en cambio, se suman los proyectos en construcción o exploración avanzada el mapa toma otro color: son 26 círculos ubicados en Catamarca, Jujuy, Salta y San Juan. Con el agregado de las iniciativas en las etapas iniciales el número asciende a 38.

“Yo creo que viene un boom de litio en la Argentina, que hoy es el cuarto productor a nivel mundial. Es probable que en los próximos cinco años salte al segundo lugar, que hoy ocupa Chile”, apunta Nadav Rajzman, exdirector nacional de Promoción y Economía Minera y asesor del Ministerio de Desarrollo Productivo. Desde finales de 2020 hubo 13 anuncios de inversión en proyectos vinculados a litio en el país, por más de US$4.000 millones.

No es casualidad que los proyectos sean llevados adelante por multinacionales mineras en asociación con empresas automotrices o de tecnología. Unas aportan el expertise, otras el interés por garantizarse la provisión del insumo. Hoy la adquisición de baterías de litio es uno de los cuellos de botella que demoran la expansión de algunas tecnologías, como la de los vehículos híbridos.

Estos autos combinan un motor de combustión interna tradicional con otro eléctrico, que se asisten mutuamente para reducir hasta un 50% el consumo de combustibles fósiles. La misma energía que genera el motor carga las baterías y por eso no es necesario enchufarlo a un cargador externo.

Toyota es la firma que más autos híbridos vende en la Argentina. Cerca del 10% de sus ventas totales son híbridos –una de cada tres autos modelo Corolla que salen de la concesionaria funcionan con esa tecnología, por ejemplo–, pero su director de Asuntos Corporativos, Diego Prado, asegura que podrían ser más.

“Nosotros quisiéramos ampliar esa participación, y la demanda está, pero el principal obstáculo es que no tenemos las partes para producirlos. Hoy la principal restricción es la capacidad global de producción de baterías, que está colapsada”, dijo desde una oficina en la planta que tiene la empresa en Zárate.

El año pasado la empresa anunció una inversión a nivel global de US$13.600 millones hasta 2030 para aumentar la capacidad de producción de baterías. Incluye una nueva planta en Estados Unidos y un joint venture con Panasonic, que produce en Japón.

Con el litio sucede lo mismo que con el hidrógeno: no es un elemento escaso, más bien todo lo contrario, pero lo complejo es obtenerlo de una manera rentable. Hay litio en el océano, por ejemplo, pero no en grandes concentraciones como sí lo hay en las rocas de espodumena que exporta Australia (principal productor global) o en los salares que la Argentina comparte con Bolivia y Chile en el “triángulo del litio”. Este área geográfica contiene cerca del 67% de las reservas probadas de litio, la mitad de la oferta global, según datos del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS).

En su visita reciente al país, el expresidente Evo Morales le sugirió a Alberto Fernández nacionalizar el recurso. Es el camino por el que se inclinó Bolivia y es también lo que intenta hacer Manuel López Obrador en México. En el Ministerio de Desarrollo Productivo, hoy a cargo de Daniel Scioli, en cambio, no consideran que sea la estrategia adecuada para esta etapa de desarrollo en la Argentina.

“México no tiene una gran cantidad de litio y el que tiene es de roca, que es más fácil de extraer, con tecnología que ya son más conocidas en el mundo”, dice Rajzman. Es decir, no tiene tanta necesidad de aliarse con empresas privadas a la vanguardia de los desarrollos en el área. “Bolivia no es un buen ejemplo de gestión de recursos; es la principal reserva mundial pero hasta ahora no ha logrado producir prácticamente nada”, suma.

La Argentina se inclinó por un modelo en el que la iniciativa privada marca el ritmo y los estados provinciales, en todo caso, participan como aliados. Las principales inversiones son chinas –esta semana Ganfeng anunció que invertirá US$960 millones para comprar el proyecto Pozuelos-Pastos Grandes, en Salta, que estaba en manos de Lítica Resources, una subsidiaria de la petrolera Pluspetrol– de otros países asiáticos, australianas, europeas.

A diferencia de otros países como Australia, la Argentina no solo extrae sino que también procesa el litio; se exporta carbonato, cloruro y hay proyectos para producir hidróxido. La producción de baterías, sin embargo, todavía queda muy lejos. Según los especialistas, el costo es muy elevado y es un negocio solo rentable cuando se produce cerca de los principales mercados. En el orden de cosas actual: China y Estados Unidos.

Hay objeciones de sectores ambientalistas que advierten sobre la gran utilización de agua que implica la minería de litio, la alteración de los ecosistemas y el residuo que puede generar el descarte masivo de baterías en el futuro. Sin embargo, el litio parece tener la “licencia social” que no tienen, en la Argentina, otras explotaciones mineras. La principal explicación es que este mineral se considera fundamental para la transición energética: es lo que hace posible que se pueda almacenar la energía generada por fuentes limpias.

“La transición que hace falta para que el mundo no se recaliente y muramos todos va a necesitar muchísimos minerales: litio, cobre, manganeso, zinc, aluminio, plata, silicio. Vamos a pasar de un mundo con una matriz intensiva en petróleo e hidrocarburos a una matriz intensiva en minerales”, dice Rajzman.

Por eso ya hay empresas (y países) interesados en empezar a extraer minerales del fondo del mar: la minería de aguas profundas. Algo que, según informó a fines de junio desde la Conferencia de los Océanos de la ONU en Lisboa el periodista especializado Fermín Koop, países como Palau, un archipiélago de Micronesia, piden demorar hasta que haya mayor evidencia científica sobre sus posibles riesgos.

Fuente: El Esquiú

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