Alonso: Los pensadores de la Tierra
Por Ricardo Alonso
Se han ido generando miles de hipótesis y teorías, doctrinas y conceptos, cosmogonías y geogonías desde, al menos, los antiguos griegos hasta la actualidad; esto, sin desconocer el pensamiento anterior de los babilónicos y los egipcios, y pensando siempre desde Occidente, ya que a ello habría que sumar todos los desarrollos extraordinarios que nacieron en Oriente, especialmente en China, Corea y Japón. Desde mediados del siglo XVIII y hasta mediados de XIX, hubo un florecimiento de las ideas que fueron conformando y cimentando el panorama del mundo como hoy lo vemos. Y así como solo algunos grandes conceptos perduran y lo demás ya nos parece arcaico, de la misma manera les van a parecer nuestros pensamientos de hoy a los hombres del futuro.
El maestro Werner
Vamos a iniciar nuestro análisis a partir de Abraham G. Werner (1749-1817), sabio alemán de la Academia de Minas de Freiberg, faro internacional del conocimiento hacia finales del siglo XVIII. Werner tuvo una influencia enorme sobre el pensamiento geológico y atrajo alumnos que serían más tarde algunos de los grandes sabios y literatos de la humanidad. Pensemos en Johan Wolfang Goethe, el padre de la literatura alemana, que era geólogo y realizó su tesis sobre el origen del granito. Su maestro, Werner, le dedicó con su nombre el mineral goethita, un hidróxido de hierro de distribución mundial.
Otro de los discípulos de Werner fue nada menos que Alexander von Humboldt, quien revolucionaría las ciencias de la naturaleza luego de su viaje por América del Sur. Y podemos sumar también a Novalis, escritor famoso por su "Himno a la Noche"; al español Andrés Manuel del Río, que descubriría el vanadio en México; a los hermanos De Elhuyar, también españoles y que pasaron a la historia por el descubrimiento del wolframio o tungsteno; al portugués José Bonifacio de Andrada y Silva, descubridor de minerales de los cuales los suecos Arfvedson y Berzelius obtuvieron por primera vez el elemento litio y que, como político, más tarde jugaría un rol fundamental en la independencia de Brasil, entre muchos otros talentos formados en aquella famosa institución minera de Freiberg. Werner pensaba que todas las capas de la Tierra, desde las más viejas a las más actuales, se habían formado en el agua. El agua era el elemento universal, tal como lo había sugerido Tales de Mileto en la antigua Grecia. Su doctrina pasó a llamarse el neptunismo, por Neptuno, el dios de los mares en la mitología romana.
El tiempo profundo
Mientras tanto en Escocia regía James Hutton (1726-1797), uno de los padres de la geología moderna y descubridor del tiempo profundo, el mayor concepto que ha legado la geología a la humanidad. Hutton descubrió en las costas de Escocia, en Siccar Point, una discordancia entre dos conjuntos de rocas sedimentarias. Las rocas marinas inferiores estaban casi verticales y las superiores, también depositadas en un antiguo mar, estaban casi horizontales. Parado allí, en la costa, reflexionó largamente sobre cuánto tiempo fue necesario para que los materiales del fondo del océano se consoliden, luego se levanten, se erosionen, vuelvan a hundirse, vuelva a sedimentarse nuevo material, se consolide, se erosione, etcétera, en el devenir de los tiempos.
Diría Hutton: "La mente se marea cuando se mira tan lejos en el abismo del tiempo". Para ello era necesario pensar en tiempos muy largos, profundos, y no los que se aceptaban entonces de un mundo creado 4.004 años antes del nacimiento de Cristo, tal como lo había establecido el obispo de Ussher (1581-1656).
Recordemos que hasta bien entrado el siglo XIX todavía se discutían cuestiones relacionadas con la interpretación literal de la biblia y las escrituras.
Giordano Bruno había sido quemado con leña verde en Campo de Fiore, en Roma, por sus ideas heréticas cosmológicas al sostener la pluralidad de los mundos habitados. Para él, todas las estrellas eran soles con sus respectivos planetas, los cuales estaban a su vez habitados. La Iglesia solo aceptaba que el sol giraba alrededor de la Tierra y que era el único planeta habitado donde Dios hecho hombre había venido a cumplir su misión de redimir a la humanidad. Para la Iglesia los millones de soles, con millones de mundos habitados, representaban un escollo ya que eso incluía a Jesús naciendo y siendo crucificado millones de veces. Se le pidió la retractación y no aceptó. La inquisición no dudó más y lo envió a la hoguera.
Discutir los siete días de la creación, el diluvio de Noé y otros asuntos bíblicos tenía sus riesgos. Y aún los tiene. Hace un par de décadas, el geólogo australiano Ian Plimer (n.1946) fue juzgado por negar que unas rocas cerca del monte Ararat fueran restos del Arca de Noé, como sostenía un colectivo de creacionistas. Perdió el juicio en manos de un tribunal de incompetentes.
La observación de la discordancia de Siccar Point, le llevó a Hutton no solo a pensar en un tiempo inconmensurable, sino que además acuñó una frase que se convirtió en una clásica sentencia: "No vislumbro vestigios de un comienzo ni perspectivas de un final". Esto llevaba a pensar en una Tierra eterna en ambos sentidos. Pero, además, Hutton creía que las rocas provenían del fuego como elemento primordial y que, luego la erosión y posterior acumulación, las había llevado a convertirse en rocas sedimentarias. Así como Werner heredaba sus ideas de Tales de Mileto y el agua con su neptunismo, Hutton lo hacía de Heráclito de Éfeso y el fuego. Dado que el fuego es del reino de las profundidades, a su doctrina se la llamó plutonismo, por el dios Plutón de la mitología romana. Del pensamiento doctrinario de Hutton heredamos el uniformismo, en el sentido de que todos los procesos geológicos se habían repetido en el tiempo con la misma intensidad.
La llave del pasado
El inglés Charles Lyell (1797-1875), nació el año en que murió Hutton. Sería el continuador de sus doctrinas. Lyell fue obligado a estudiar abogacía por su padre y renegó de esa carrera hostil, para sus ojos, débiles, que estaban más cómodos contemplando la naturaleza y no los mamotretos de leyes. De todos modos, cumplió con su padre graduándose de abogado y se dedicó a la geología, su verdadera pasión. Se convirtió, para algunos, en el verdadero padre de la geología moderna y documentó el sistema del mundo basado en leyes. Llegó a un apotegma muy simple: "El presente es la llave del pasado", frase que acuñara Archibald Geikie.
Si entendemos las causas presentes, las podemos aplicar a estudiar los eventos del pasado. A esos principios básicos los llamó actualismo. Las marcas de oleaje en una playa actual, por ejemplo, las encontramos iguales en rocas que se formaron hace decenas, centenas o miles de millones de años. Ello nos habla de un mismo mar universal, de un tiempo lineal, de igual intensidad, al punto de que podemos explicar con herramientas metodológicas actuales los procesos conservados en rocas de tiempos pretéritos.
Borges lo diría muy claro en el poema "El Mar", en su libro El otro, el mismo (Emecé, Buenos Aires, 1967, p. 294), donde poetiza el océano de esta manera: "…Antes que el tiempo se acuñara en días, / el mar, el siempre mar, ya estaba y era". O sea que, para la escuela inglesa, los procesos de la Tierra eran los mismos a lo largo del tiempo y habían actuado con la misma intensidad. Y así como el presente era la llave del pasado, también el pasado, conservado en rocas, fósiles y minerales, era la llave del presente y también del futuro, de ese futuro que Hutton vislumbró como infinito y que está atado, en el mejor de los casos, a la vida del sol. Esta visión del mundo no contemplaba sobresaltos bíblicos, como el mal llamado diluvio universal, que hoy se sabe que no fue diluvio y mucho menos universal.
Del otro lado del Canal de La Mancha, en Francia, reinaba un sabio de recios conocimientos en el mundo de la paleontología. George Cuvier (1769-1832), cuyo nombre está inscripto, junto a otros setenta grandes de Francia, en la Torre Eiffel, había fundado la anatomía comparada y pensaba que el mundo era destruido regularmente por catástrofes que extinguían las faunas y, entre esas catástrofes, la última había sido el diluvio universal. Su pensamiento creacionista y catastrofista concordaba con las escrituras, y era bien visto y aceptado por la iglesia sin entrar en las cuestiones del pecado de los hombres y el castigo divino. La doctrina de Cuvier pasó a ser llamada "catastrofismo".
Con el tiempo, el catastrofismo se convirtió en una mala palabra en el mundo científico al imponerse las doctrinas actualistas y uniformistas de Inglaterra. Al final del día, Alemania, Francia e Inglaterra estaban jugando su propio partido geopolítico en el mundo de las ideas.
El alemán Otto Schindewolf (1896-1971) comenzó a mediados de la década de 1950 a hablar de neocatastrofismo. Uno de sus discípulos, Adolf Seilacher (1925-2014), vino a trabajar a Salta en la década de 1990 y nos pondría al tanto de las doctrinas de su maestro de Tubingen. El hallazgo del físico y premio Nobel Luis Álvarez (1911-1988) y de su hijo, el geólogo Walter Álvarez (n.1940), de una capa marina cretácica enriquecida en iridio, en Italia, en la década de 1980, terminó demostrando la caída de un asteroide en Yucatán que extinguió a los dinosaurios. Y también cambió la idea de un mundo tranquilo, uniforme, gradualista y actualista por otro gobernado por azares y contingencias, tanto terrenales como cósmicas. El mundo está y permanece. Lo que cambia son los hombres que lo interpretan.
Fuente: El Tribuno