Mujer, con M de Minería

Respuesta a Rita Segato, que sostuvo que "no hay minería sin prostitución y sin trata", de mujeres profesionales de la minería.
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"No hay minería sin prostitución y sin trata". Así de duras fueron las palabras de Rita Segato tras ser reconocida como Doctora Honoris Causa por la Universidad Nacional de Catamarca. En la presentación oficial, se hizo mención a los honores por los cuales se le entrego a Segato el más prestigioso reconocimiento de nuestra Universidad, señalando su “vasta trayectoria académica y profesional a nivel nacional e internacional” y que se distingue por su “activismo contra la violencia de género hacia las mujeres y los derechos humanos desde una visión feminista y latinoamericana”.

Como mujeres mineras, que no han sufrido ni presenciado prostitución ni trata durante su formación ni en el ejercicio de su profesión, nos encontramos en el deber de responder a las palabras de esta científica social. Palabras que fueron pocos felices, que tienen de trasfondo el conflicto y la imposición de sus “ideales”, palabras que al terminar de decirlas ya han perdido su significado. En el fondo entristece esa vulgaridad en el lenguaje, pero es así, aunque no lo aceptemos, pero con la esperanza de que, con el tiempo, la sociedad en su conjunto sea capaz no solo de rechazar la utilización de las palabras proferidas según distintos intereses y robándoles todo el valor de su verdadero significado, sino que logremos que ni siquiera sean pronunciadas con tanto desparpajo y sin fundamento científico, justamente en un acto en el cual primaría la base científica, como lo fue el de otorgar un título, cualquiera sea.

Esas palabras pronunciadas tan livianamente no invitan a participar en este gran tema de debate que es la minería, sino a condenarla, fomentando un escenario marcado por la creciente conflictividad socioambiental. Por otra parte, en contraste con muchos profesionales de las ciencias sociales, quienes firmamos la presente, tuvimos o tenemos la oportunidad de trabajar en el campo de la minería, in situ, y con realidades que es muy difícil de observar detrás de un escritorio o desde un laboratorio.

Acostumbradas a que nos critiquen y agredan por no calzar en el molde que una mujer debería tener, nos vemos en la obligación de no dejar pasar lo que ellos quieren implementar: un proceso de estigmatización al trabajo de la mujer minera y a la actividad en general. ¿Dónde se reflejan aquí su “activismo contra la violencia de género hacia las mujeres y los derechos humanos…?
En este proceso se busca un “chivo expiatorio” (la mujer minera, la minería, etc.) que surge en los tiempos de crisis en los que los miembros de la sociedad buscan su franca exclusión, sea como una suerte de víctima propiciatoria o liberadora de todos los males (Girard, 1986) (Ludueña, 2017).

¿Es eso lo que queremos? ¡Definitivamente NO! La incorporación de mujeres en la industria minera no es por consumar un plan que un ejecutivo consideró que era relevante realizar. Las mujeres somos más que un número estadístico para cumplir metas de inclusión anuales, sino que somos valiosas, criteriosas, valientes, con poder de decisión, colaboradoras y capaces de formar equipos y con la idoneidad que implica la educación formal en esta temática.

Entendemos que el discurso asociativo (agua + cianuro; minería + destrucción del ambiente) les sirvió como mecanismos de manipulación. No obstante, los invitamos a que dejen por un momento las ideologías enceguecedoras y la utilización del miedo. Con qué necesidad ha tocado temas no solo de una época oscura y triste para la sociedad catamarqueña, como lo es el caso María Soledad, con una absoluta falta de respeto, no obstante, aduce “no hay mina sin prostitución y sin trata”, haciendo una comparación absurda y nefasta entre esto y el comercio de minerales, tocando con total liviandad temas tan delicados socialmente como lo es la violación de los derechos humanos. Aduciendo a la cosificación de los mismos.

El pueblo catamarqueño goza de historia, de arte, de paisaje y para nada estamos desorientados, con la minería formamos caminos marcados hacia la producción y el desarrollo, no podemos imaginar ni siquiera emplear términos para “cosificar” nuestro ambiente, nuestra naturaleza, como profesionales idóneos siempre hemos tomado conciencia de la necesidad de cuidar, preservar nuestro medio ambiente. Con la trayectoria de cincuenta años quizá sea oportuno y auspicioso que nuestra Casa de Altos Estudios haga un replanteo de su función como servidora de la comunidad.

Quizá, en esta celebración de su medio siglo de vida, sea la ocasión para repensar los fines para los que ha sido creada. Que no sea ociosa la llegada de una reconocida antropóloga, que con su opinión dejó en evidencia que la vida de esta unidad académica tiene sentido en la medida en que sea servidora de la comunidad. Como profesionales formadas en esta institución, nuestro segundo hogar por muchos años, estamos convencidas que no somos una “cosa” como esta señora lo dice.

Es nuestra tarea propiciar la educación ambiental ligada a la actividad minera, ya que la complejidad ambiental se concibe en la perspectiva de una crisis del conocimiento consideramos que la difusión de información brindará la transparencia suficiente el cual constituirá el primer peldaño al conocimiento de una actividad tan importante como lo es la minería en la provincia de Catamarca. De otro modo, la universidad quedará expuesta a ser una herramienta poco útil en la tarea de formar personas para una sociedad justa, libre y solidaria.

La comunidad espera y merece que la universidad sea una brújula que oriente su marcha y defienda sus intereses legítimos frente a los embates de tantos intereses que amenazan la realización individual y social del ser humano que habita esta bendita tierra. Esto ayudará, en muchos aspectos, a resolver no pocas fisuras a la que se está sujeta en la convivencia cotidiana. No obstante, para no entrar en el ámbito académico y poder explicar el gran valor de ser mujer minera, compartimos un fragmento de la publicación de Natalia Casadidio: El proceso de estigmatización al trabajo de la mujer minera.

Le pedí permiso a mi amiga Elena para contar su historia... Su madre le dio ese nombre en honor a la revolucionaria Elena Dmítrievna Stásova. Cuando muy pequeña, su familia tenía unas hectáreas donde cultivaban ajo además de otras hortalizas y frutas (el puchero más rico del mundo lo hacía su madre Lorenza). Un año de heladas y malas cosechas hizo que perdieran todo. En un acto de desesperación vendieron su pequeña porción de tierra a un terrateniente, quien abarcó una inmensidad de fincas para instalar un monocultivo desplazando la diversidad que tenía ese lugar. De este modo pasaron de ser pequeños productores a empleados de este latifundista.

Con un sueldo mínimo, que ganaban todos los miembros de esa familia, apenas les alcanzaba para comer. Es así que mientras yo pude ir a la secundaria, Elena se quedó ayudando a sus padres. No puedo olvidar el día que cumplimos 18 años. Yo soñaba con viajar por el mundo, mientras que ella combatía los dolores de las grietas de sus manos, producto de las quince horas diarias de trabajo intenso en las grandes plantaciones.

Pasaron los años y nos distanciamos ya que decidí formarme en Chile. En este tiempo Elena postuló al llamado de una minera. Me contó que inesperadamente fue seleccionada. La empresa la capacitó y Elena comenzó a manejar un camión “fuera de ruta”. La pequeña Elena, de 1,55 m operaba un camión del tamaño de un edificio de cuatro pisos. Arriba de esa gran máquina Elena se sentía grandiosa, empoderada. Era feliz. Su sueldo era en blanco, ganaba en un mes lo que antes hacía en un año como cosechadora; tenía obra social, vacaciones y un sinfín de beneficios. De a poco su poder adquisitivo le permitió ayudar a su familia.

En el lapso de un año sus padres volvieron a tener tierra y pudieron retornar a sus vidas. Elena estuvo en la empresa por diez años de la cual renunció para volver a sus raíces. Hoy, junto a su esposo Fidel, esperan su primer hijo. Producen melón junto con otros cultivos porque saben el valor de la diversidad. Gracias a sus ahorros provenientes de la minería logran hacer frente a las infortunios que muchos pequeños productores no pueden.

Ahora cito textualmente lo que significó para ella ser mujer minera: "Le dije a la empresa que no tenía secundario, no les importó. Que yo nunca había manejado ni una moto, no les importó. Ellos vieron en mí cualidades que la sociedad siempre me negó. Me dieron oportunidades que nunca imaginé. Me enseñaron el valor de la seguridad y del cuidado del ambiente. Mis compañeros y compañeras siempre me respetaron y me votaron durante cinco años seguidos como la mejor conductora de un fuera de ruta".

Esta historia sólo me lleva a preguntar: Sra Rita Segato, en general, salvo situaciones particulares como la suya, para doctorarse se requiere una profunda formación científico-académica y la presentación de un informe final de investigación que constituye la Tesis Doctoral ¿Es esta afirmación, sin una previa y profunda investigación científica, su Tesis? Teniendo en cuenta el contexto académico en el cual ha vertido sus opiniones, ¿considera que puede gratuitamente, sin un análisis científico apropiado, asociar minería con prostitución? ¿No les parece una simplificación que cuestiona la inteligencia de los lectores?

Una pregunta importante: ¿Podría exponer las pruebas de lo que ha aseverado? Sra. Rita Segato, y en ella a quienes vierten opiniones sin fundamentos, terminen con esta asociación que está dañando a muchas Elena. El trabajo de la mujer y el hombre minero es digno y es el sustento de muchas familias. Sí, es posible una minería sustentable en lo social y en lo ambiental que implica, además, una oportunidad de crecimiento. Empero, evidentemente hay otros intereses que no quieren que la historia de Elena se repita.

Fuente: El Ancasti

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