Geología y turismo en rutas naturales
El lunes 29 de agosto de 2022 se llevó a cabo en el Centro Cultural América de la ciudad de Salta el "Segundo Ciclo de Conferencias de Investigación y Transversalidad Turística (Ridtur)". El programa consistió en varios ejes, comenzando con un homenaje a Alfredo Tomasini (1939-
2017), antropólogo de la Universidad Nacional de La Plata, quien dedicó las últimas décadas de su vida a excavar las ruinas de la vieja ciudad de Esteco; luego de numerosas disertaciones y talleres sobre la realidad actual del turismo a cargo de Aproturs y, finalmente, una conferencia del suscripto titulada "Geoturismo en rutas naturales del norte argentino".
El turismo de naturaleza, el ecoturismo y el geoturismo han cobrado, desde la década de 1990, un auge importante en todo el mundo. Incluso desde hace algunos años hay sesiones especiales en los congresos geológicos nacionales e internacionales en torno de el patrimonio geológico y se ha creado una cantidad de neologismos nacionales e internacionales bajo el prefijo "geo" que involucra a dicha temática, tales como geoformas, geositios, geoparques, geoherencia, geopatrimonio, geoconservación, geoturismo, geoalfabetización, geoamenazas, georiesgos, geoética, geodiversidad, geopaisajes, geoturista, entre otros.
El paisaje y su dinámica
Arranqué mi disertación con una definición propia: "El paisaje es una metáfora del tiempo geológico". En este sentido un paisaje es la suma de las firmas ambientales que se sucedieron sobre él, producto de la interrelación entre las dinámicas endógena o interna que tiende a construir relieves y la dinámica exógena o externa que tiende a destruir esos relieves. La tarea del geólogo es pensar y ayudar a pensar tetra-dimensionalmente. Debe internalizar el paisaje como un fluido impermanente, heracliteano, profundizando en el pasado, observando el presente y visualizando el futuro. La coordenada humana es única en 4.567 millones de años que tiene el planeta. Ninguna coordenada se repite en el espacio tiempo. Las mutaciones azarosas internas y externas cambian los resultados que parecían ser lineales. Como ocurre con la evolución biológica.
El paisaje es un palimpsesto donde sucesivas escrituras geológicas se superponen en un mismo cuadro. Si desaparecieran las aguas de las Cataratas del Iguazú o los glaciares de la Patagonia, quedaría un paisaje muy distinto; pero una mirada escrutadora descubriría rápidamente lo que allí había habido antes. El ojo zahorí debe entonces acompañar al geólogo o al geoturista para descubrir cascadas donde hoy hay desiertos, o glaciares donde hoy hay valles, u océanos en donde hoy hay montañas.
Una capa de grava demuestra que allí hubo un río, un río que allí hubo relieve, un relieve que allí hubo pendiente y erosión, erosión representada por la calidad, cantidad, origen y forma de los cantos rodados que señalan distancia de las rocas de origen y su naturaleza litológica. Toda una cadena de razonamiento involutivo de las causas y sus efectos.
La policromía norteña
El norte argentino, con sus diferentes provincias morfotectónicas, es dueño de un interesante muestrario de paisajes. La policromía y variedad genética de sus rocas, que abarcan edades desde el Precámbrico superior al Cuaternario, esto es los últimos 600 millones de años de la edad de la Tierra, sumado a los movimientos andinos que fueron construyendo el edificio orogénico, así como los distintos climas actuales y los del pasado que imprimieron sus correspondientes firmas ambientales, dieron lugar a una extraordinaria diversidad paisajística. Rocas, estructuras y morfologías originan las geoformas y cuando estas son relevantes se convierten en geositios.
Algunas geoformas, que a la vez fungen como geositios, son la sierra de Hornocal, el cerro de los Siete Colores y la Paleta del Pintor en Jujuy; el cono de Arita en el salar de Arizaro (una de las maravillas geológicas de la Puna salteña), los "ojos de mar" de Tolar Grande; Puente del Diablo, en La Poma; el braquianticlinal de Tintín, en el parque nacional Los Cardones; las cuevas de Acsibi, en Seclantás; Paso de las Flechas, en Angastaco; Los Castillos, El Obelisco y la Garganta del Diablo, en la Quebrada de las Conchas, entre muchos otros.
La Quebrada de las Conchas reúne una increíble variedad de geoformas en un tramo de unos 70 km entre el cerro Quitilipi en Alemanía y el cerro El Zorrito. Dominan allí un conjunto de rocas sedimentarias rojas, conformadas por gravas, areniscas y limos, con algunas coladas negras de basaltos, que se inclinan en distintas posiciones estructurales y con un trabajo morfológico actualmente de clima semiárido con dominio erosivo fluvial y eólico.
Entre los elementos del paisaje y su geodiversidad se encuentran El Hongo, La Salamanca, el sinclinal de las ranas fósiles de Puente Morales, la Garganta del Diablo, El Anfiteatro, El Sapo, El Fraile, Casa de los Loros, La Yesera, El Obelisco, Los Castillos, por mentar algunos puntos emblemáticos. Esa diversidad de geoformas y geositios, concurrentes en forma mancomunada en una sola unidad morfológica natural, a lo largo de una misma ruta caminera como lo es la RN 68, claramente permiten definir a la quebrada como un geoparque, y en este caso designarlo como "Geoparque Quebrada de las Conchas". Esto es un geoparque natural, escénico y paisajístico, de gran valor patrimonial. O sea un geopaisaje de múltiples geoformas y rica geodiversidad, de interés turístico. Y especialmente geoturístico.
En noviembre de 1994 adelantamos estas ideas en el Primer Congreso Nacional de Ecoturismo que se hizo en Cafayate en el marco de una conferencia del suscripto sobre Geoturismo. Hay un turismo de neto interés geológico, así como hay otro de tipo cultural más interesado en cascos antiguos de ciudades, museos, monumentos, iglesias, gastronomía, vinos, arquitectura, cuestiones rurales y étnicas, costumbres, artesanías, música y folclore, entre otras múltiples facetas.
Hay turismo de observación de aves (ornitoturismo), de flora (fitoturismo, de cactáceas y xerófiticas en los desiertos; hasta orquídeas en la selva), de fauna (zooturismo), reptiles y anfibios (herpetoturismo), peces (ictioturismo), arqueológico (arqueoturismo), fósiles (paleontoturismo), dinosaurios (dinoturismo), y otras ramas que se van sumando en el marco del patrimonio natural.
Escenarios arquitectónicos
Por analogía en el norte argentino se han clasificado paisajes que tienen que ver con representaciones pictóricas, estilos arquitectónicos, superficies planetarias, catedrales y castillos medievales, entre otros.
En el camino al Paso de Jama, límite con Chile, se encuentra un desierto monocromático de una roca volcánica ignimbrítica de la caldera La Pacana, en la que el viento ha creado por erosión formas surrealistas. Se los dio en llamar “Paisaje o desierto de Dalí”, en homenaje a las pinturas surrealistas del gran pintor catalán Salvador Dalí.
El geógrafo alemán Franz Kuhn interpretó a muchos paisajes de gravas semiconsolidadas con formas tubulares verticales y figuras afines como análogos de las catedrales góticas europeas y en tal sentido les llamó “Paisajes Góticos”. Conglomerados semiconsolidados, con escorrentía acanalada, forman esos tubos de órgano y otras figuras de cúpulas que justifican el nombre de góticos.
Las cuevas de Acsibi, en Seclantás, ladera oriental del Valle Calchaquí, tiene un paisaje de rocas rojo ladrillo donde la erosión libera por levigación las arcillas de las arenas y crea unas curiosas morfologías dómicas superpuestas que recuerdan la arquitectura del escultor catalán Antonio Gaudí, famoso por la catedral de la Sagrada Familia en Barcelona. Se le ha dado en llamar “Paisaje de Gaudí”.
El aspecto en ruinas de algunos paisajes como Los Castillos en la Quebrada de las Conchas, justifican su definición e inclusión en los “Paisajes Medievales”. Las formaciones de sal de roca en la Puna, que crean serranías con formas curiosas de erosión, dan lugar a los llamados “Valles de la Luna” o “paisajes lunares”. Las capas intensamente rojas de la Puna, sin crecimiento de plantas, que recuerdan a las imágenes del planeta Marte, justifican para ellas el nombre de “paisajes marcianos”.
Muchos geopaisajes son geopatrimonio y geoherencia para las futuras generaciones por lo que merecen su geoconservación. La señalética tiene que propender a una geoalfabetización del turista. Todo ello forma parte del campo de la geoética donde confluyen la ética y las geociencias.
Fuente: El Tribuno / Ricardo Alonso