¿Puede la minería ser una palanca del desarrollo de Argentina?, Por Daniel Schteingart

Tras haber crecido a "tasas chinas" entre 2003 y 2011, la economía argentina retrocedió dramáticamente en la última década, particularmente desde 2017.
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A pesar de la fuerte recuperación proyectada para 2021 (en torno al 8%), el PIB per cápita será  en  2021  aproximadamente 15% inferior al de una década atrás y apenas similar al de  2006. 

Viendo  la  perspectiva  a más largo plazo, encontramos que  Argentina  ha  sido  uno  de  los  países  del  mundo  que  me-nos  creció  desde  1974  (apenas  un 0,5% anual en términos per cápita).  Dado  que  la  desigual-dad empeoró notoriamente desde  entonces,  el  balance  ha  sido  muy  pobre  en  materia  socioeconómica,  con  indicadores  deteriorados en salario real, pobreza  por  ingresos  y  precarización laboral.

Argentina  requiere  con  urgencia  volver  a  crecer  sostenidamente. En el siglo XXI,  prácticamente  siempre  que la economía creció la pobreza bajó y viceversa en  nuestro  país.  Cuando  la  economía  crece,  se  generan  puestos de trabajo y aumentan  los  ingresos  de  las  familias;  de  ahí  que  la  po-breza  tienda  a  bajar  cuan-do se produce más. Si bien la correlación  no  aplica  en  todo  tiempo y lugar (por ejemplo, en los  años  ’90  la  economía  creció  mucho pero la desigualdad empeoró tanto más que los indica-dores  sociales  -como  pobreza,  precarización  laboral  y  desempleo- empeoraron), tiende a darse  con  reiterada  frecuencia. 

Crecer es condición necesaria -no  suficiente-  para  mejorar  la  calidad de vida de las mayorías; a  la  inversa,  es  imposible  pensar  en  mejorar  los  indicadores  sociales con una economía contrayéndose. En 2020, Argentina terminó con 42% de pobres, 16 puntos porcentuales más que en 2017, previo al tobogán descendente  de  la  crisis  de  2018-2019  y  la  pandemia.  Volver  a  bajar  del  30%  de  pobres  (una  cifra  de  todos  modos  intolerable) requerirá crecer con fuerza.

 Crecer requiere sí o sí que tengamos dólares. El mecanismo es el siguiente: cuando crece la economía  y  las  familias  tienen  mayores  ingresos,  sube  el  con-sumo. Parte de ese consumo se  abastece  con  importaciones:  por  ejemplo,  cuando  la  economía  crece  los  hogares  gastan  más  en  cambiar  el  celular  (que  tiene muchísimas partes importadas),  o  el  auto  (ídem),  o  se  van  de  vacaciones  al  exterior. 

Todo eso requiere dólares para pagarse.  Asimismo,  las  empresas  venden  más,  y  por  lo  tanto  necesitan más insumos y maquinarias para producir, muchos de los  cuales  se  producen  afuera. 

Esas  importaciones  fundamentales  para  el  proceso  productivo  también  se  financian  con 

dólares.  De  este  modo,  si  no  tenemos dólares, el país ingresa en lo que en la jerga se conoce como “restricción externa” y no puede  crecer.  ¿Cómo  se  da  esa  traba  al  crecimiento?  Lo  vimos  en 2018-2019. Si no hay dólares, el  peso  se  devalúa,  la  inflación  se  acelera,  nuestros  salarios  se  licúan,  el  consumo  cae,  la  economía entra en recesión y la pobreza y el desempleo suben. Lo único  “bueno”  de  ese  proceso  es que cae la demanda de dólares (ya que las importaciones se desploman), pero a un costo social y económico muy elevado.

 Si entre 2003 y 2011 el país creció a “tasas chinas” y la pobreza bajó  como  no  lo  había  hecho  en  décadas  (del  70%  en  2002  a  menos  del  30%  en  2011)1  ,  ello se debió en gran medida a la  multiplicación  de  las  exportaciones  de  bienes  y  servicios,  que  pasaron  de  alrededor  de  30.000  millones  de  dólares  en  2002  a  rozar  los  100.000  millones  en  2011.  La  fuerte  suba  de  los precios internacionales de las  materias  primas,  junto  con  el incremento de las cantidades exportadas, explicaron ese proceso, que permitió que la intensa suba de las importaciones derivada  del  crecimiento  a  “tasas  chinas”  pudiera  ser  financiada. 

Esa dinámica empezó a revertirse a partir de 2011, y desde entonces  el  país  nunca  más  pudo  retornar  a  ese  nivel  de  ingreso  per  cápita  y  los  indicadores  sociales  y  económicos  dejaron  de  avanzar  -e  incluso  desde  2017  empeoraron dramáticamente-.

A  pesar  de  que  las  empresas  que  exportan  son  hoy  bastante  pocas  (menos  de  10.000),  de  ellas dependemos todos, ya que de  ahí  vienen  los  dólares  necesarios para evitar devaluaciones y fortalecer nuestros salarios.

¿Qué  tiene  que  ver  todo  esto  con  la  minería?  Mucho.  Si  bien  el auge exportador del período 2003-2011  lo  explica  en  mayor  medida  la  agroindustria,  la  minería acompañó ese proceso.

De  acuerdo  al  INDEC,  en  2003,  el 2,1% de las exportaciones argentinas de bienes y servicios eran  mineras;  para  2011  esa  cifra  había  trepado  al  5,1%,  lo  cual  indica  que  las  exportaciones  mineras  crecieron  notoriamente  más  rápido  que  las  exportaciones  totales  (que,  como  mencionamos, más que se triplicaron en ese período). En términos absolutos, las exportaciones mineras pasaron de los 714 millones  de  dólares  en  2003  a  rozar  los  5.000  millones  en  2011,  esto es, una septuplicación.

Desde entonces, las exportaciones  mineras  cayeron  a  alrededor de la mitad (2.617 millones en  2020),  y  también  perdieron  cierta  participación  en  el  total  exportado  (en  2020  fueron  el  4,1% de las exportaciones).

Hoy la minería  está  desarrollada  a  “media  máquina”  en  Argentina.  Comparado con  Chile,  en  donde  las  exportaciones  mineras son más de 10 veces mayores a las nuestras (con la misma cordillera),  el  desempeño  argentino luce muy modesto. Si Argentina pudiera aunque  sea  tener  la  mitad  de  las  exportaciones  mineras de Chile, el país podría tener  capacidad  para  acelerar  su  tasa  de  crecimiento,  ya  que  contaría con varios miles de millones  de  dólares  adicionales  que  permitirían  hacer  expandir  la economía sin ingresar en riesgos devaluatorios.

En resumidas cuentas, la minería sí puede ser una  palanca  del  desarrollo  argentino al generar divisas clave para  que  el  resto  de  la  economía pueda expandirse y, con esa expansión, crear puestos de trabajo  y  reducir  la  pobreza.  Pero su contribución va bastante más allá que el de ser un proveedor de divisas.

La minería -particularmente la metalífera- es un creador de empleo  formal,  de  altos  salarios  y,  además,  en  regiones  extrapampeanas  -en  donde  el  sector privado tiene severas dificultades  para  generar  buenos  empleos-.  Veamos  algunos  datos: de acuerdo a datos de la Encuesta Permanente de Hogares  y  de  la  Cuenta  de  Generación del Ingreso del INDEC en la minería  metalífera,  el  90%  del  empleo  es  registrado,  la  mayor  cifra  de  toda  la  economía  solo  por detrás de los hidrocarburos.

A modo de ejemplo, en el promedio  del  sector  privado,  apenas  el  41%  es  asalariado  registrado (y el resto se reparte entre asalariados  informales  y  cuentapropistas,  en  general,  precarios). 

El  agro  o  el  turismo  (que  los  grupos  antimineros  suelen  proponer  como  “alternativas” ante la minería) presentan condiciones laborales notoriamente más frágiles: en el agro, apenas  el  25%  del  empleo  es  asalariado  formal;  en  hoteles  y  restaurantes,  esa  cifra  asciende  a apenas un 42%. Si consideramos las remuneraciones, observamos un panorama similar: en marzo  de  2021  el  salario  bruto  promedio en la minería metalífera  fue  el  más  alto  de  toda  la  economía ($281.000), de acuerdo al Ministerio de Trabajo. Las remuneraciones en el sector son altas no solo para los cargos jerárquicos,  sino  en  general:  de  hecho, más de la mitad de las y los trabajadores del sector gana por encima de $200.000 brutos, de  acuerdo  a  datos  que  calculamos  en  el  Centro  de  Estudios  para  la  Producción  en  base  al  Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA).

 La minería también  contribuye  a  generar  empleo  formal  fuera  de  CABA  y la región Pampeana: en efecto, de los más de 16.000 trabajadores formales del sector2 , el 24% vive en Santa Cruz, el 23% en San Juan, el 11% en Jujuy y el  10%  en  Salta,  que  sumadas  explican el 68% del empleo minero metalífero nacional. En las dos  provincias  más  mineras  del  país,  Santa  Cruz  y  San  Juan,  la  minería  metalífera  explica  respectivamente el 8% y el 5% del empleo formal directo -sin contar a sus proveedores-.

Ahora  bien,  la  minería  tiene  ciertamente  un  talón  de  Aquiles: es un sector profundamente  masculinizado,  de  los  más  masculinizados  de  toda  la  economía.  Apenas el 8,3% del empleo en la minería  metalífera  es  femenino; si bien ha habido avances desde  2017  (cuando  esa  cifra  era  del  6%),  el  camino  por  recorrer es gigantesco, y requiere de  múltiples  acciones,  que  van  desde la sensibilización y la deconstrucción de estereotipos -que asocian a la minería con la fuerza  y  lo  masculino-  hasta  la  posible incorporación de incentivos  -premiar  a  empresas  que  se esfuercen por reducir esas gigantescas  brechas-.

La  minería  puede  y  debe  ser  un  sector  en  el  cual  las  mujeres  puedan  trabajar, ya que, como vimos, está entre  los  mejores  de  la  economía en cuanto a sus salarios y su tasa de formalidad.

Retomando  la  pregunta  inicial  de  este  artículo,  creemos  que  la minería sí puede ser una palanca del desarrollo nacional.

Su potencial para la creación de divisas  -que  permitan  alejar  el  fantasma de la restricción externa-  es  enorme,  y  también  para  la creación de puestos de trabajo  de  calidad  y  en  regiones  en  donde las oportunidades de desarrollo  productivo  no  son  tan  amplias  como  en  la  pampeana  o  en  CABA.  Asimismo,  la  minería será fundamental para lidiar con uno de los grandes problemas  ambientales  del  porvenir,  como  el  calentamiento  global. 

La  transición  energética  implicará  menos  combustibles  fósiles  y  más  energías  más  limpias,  las cuales requerirán muchos más  minerales  -dos  de  los  cua-les Argentina dispone en cierta abundancia, como cobre y litio-.

Los vehículos eléctricos -muchos más limpios que los actuales- requerirán  entre  3  y  5  veces  más  cobre  que  los  convencionales. 

En pocas palabras, el mundo del  futuro  será  probablemente  un  mundo  con  menos  carbono  y más metales, y Argentina posee un potencial privilegiado en ello.  Más  minería  también  permitirá  generar  una  escala  más  amplia para desarrollar más proveedores  nacionales  para  el  sector:  si  bien  ha  habido  avances en los últimos años, el hecho de que la actividad esté a “media máquina” limita las posibilidades  de  desarrollar  proveedores por una sencilla cuestión de escala. 

Por  supuesto,  esos  proveedores no se crearán por arte de  magia,  pero  por  medio  de  políticas de promoción adecuadas podría avanzarse mucho, creando  muchos  más  empleos  indirectos en distintas partes del  territorio  nacional.  Ahora bien, todos estos beneficios que  puede  traer  la  minería  corren  el  riesgo  de  quedar  opacados si no se mejora año  a  año  la  dimensión  de  género.

El trabajo por hacer es inmenso.

 Hagámoslo.

Daniel Schteingart

Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI) ,Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación

Fuente: wimargentina.com.ar

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