El pueblo que nació con la fiebre del oro y se ilusiona con ganar un concurso internacional de turismo
El testimonio de Roxana Lucero Zavala, pionera del turismo en la zona. Cómo es la excursión bajo tierra, la búsqueda de pepitas doradas en el río y el oficio de un minero artesanal
En la provincia de San Luis, a 80 kilómetros de la capital, se encuentra La Carolina, una pequeña localidad de alrededor de 300 habitantes que conserva su identidad cultural, sus inicios como pueblo minero y las historias en torno a la fiebre del oro en la Argentina. Su guardián es el Cerro Tomolasta, de 1610 metros de altura, y toda la arquitectura se mimetiza con sus colores. Sus calles empedradas están concurridas estos días, a raíz de un reconocimiento que llena de orgullo a los lugareños: fueron seleccionados para representar a la Argentina en el concurso internacional Best Tourism Village (Mejor pueblo turístico), que organiza la Organización Mundial de Turismo de las Naciones Unidas. En diálogo con Infobae, el testimonio de Roxana Lucero Zavala, que desde hace 26 años es guía y brinda excursiones en su localidad natal, y la palabra de Enrique Vuarrier, un apasionado pirquinero que de vez en cuando visita las aguas del Río Amarillo en búsqueda del metal precioso.
Ubicados en el punto de mayor altitud de la provincia puntana, la ruta Ruta Provincial Nº 9 se convierte en un paseo por las alturas que incluye vistas a las sierras y el paso por las localidades de Juana Koslay, El Volcán, El Trapiche, y Valle de Pancanta. “Viví toda mi niñez acá, y cuando yo era chiquita era muy distinto a lo que es ahora; no había asfalto para llegar, era todo camino de tierra, llegaba muy poca gente, y cuando yo tenía 15 años se hizo la ruta y ahora es un espectáculo, tenemos pavimento hasta la entrada del pueblo”, cuenta Roxana, que siente que el tesoro más grande es el lugar donde vive.
Salvo el tiempo que se fue a estudiar a la ciudad, primero la secundaria y luego la carrera de turismo, siempre estuvo en Carolina -los habitantes le dicen así, a secas, sin el artículo, o Caro en forma abreviada-, y fue testigo del espíritu emprendedor de su padre. Primero tuvo un almacén, después un mercadito y luego lo transformó en autoservicio. “Mi papá tenía una balancita donde pesaba los gramos de oro, porque antes era normal que la gente vaya al río a juntar uno o dos gramos, y con eso fuera a comprar y lo intercambiaba por mercadería, pero eso después se fue perdiendo”, rememora.
Aunque no hay una fecha fundacional del lugar, el año 1792 remite a sus orígenes. Por ese entonces era un paraje conocido como San Antonio de las Invernadas, hasta que el virrey Sobremonte -que por ese entonces era el gobernador intendente de Córdoba del Tucumán- lo cambió por el nombre actual en honor del rey Carlos III de España. La cartelería informativa de las calles empedradas cuenta esa misma versión, y fue poco después, allá por 1795, que Don Tomás Lucero, un vecino del lugar, encontró oro en la base del cerro, y lo llevó hasta Córdoba.
“¡Hay oro en el sur del Virreinato del Río de la Plata!”, se debe haber escuchado en ese entonces, un anuncio que representó la llegada de buscadores de todo el mundo. El marqués ordenó estudiar el terreno y trasladó un trapiche de minerales para comenzar con las tareas de molienda. En tiempos de auge hubo 3.000 habitantes, entre los que se encontraban los trabajadores de las minas y sus familias. Por eso uno de los emblemas es el monumento al minero, una escultura que destaca en la cima de un peñón, inspirada en Victorio Miranda, y como homenaje a los hombres que fueron forjadores de la economía puntana. Mientras se asciende para observarlo más de cerca también se pueden ver carros y objetos antiguos que datan de la etapa de explotación.
Lo que hoy se conoce como “Paseo de las carretas”, en la época colonial fue la principal vía de tránsito para quienes llegaban al lugar que había ganado fama por sus riquezas minerales. Por la mística que sobrevuela en el casco histórico, la visita a las minas de oro se transformó en la actividad más elegida por los turistas que arriban a la localidad. Roxana es la dueña del emprendimiento Huellas Turismo que brinda la excursión, y aclara que antes de que comenzara con el negocio, esta opción no existía. “En segundo año de la carrera me hice amiga de un grupo de chicos y en 1997 los traje al pueblo, y empezamos a brindar información turística como estudiantes, con el aval del municipio, porque no había informes, no había nada”, asegura.
Al principio solo lo hacían en temporada alta y los fines de semana largos, pero después se convirtió en algo a tiempo completo, y en la actualidad siguen siendo los mismos quienes ofrecen el servicio. “Hasta el 2000 llegabas y lo único que había abierto éramos nosotros, y si la gente quería tomar un café, no había dónde, si querían comer algo, tampoco, y entendimos que faltaba algo gastronómico que acompañara la propuesta, además de una tienda de recuerdos para que los habitantes hicieran cosas y se las pudiéramos vender”, repasa sobre las primeras iniciativas. Hace 13 años abrió las puertas de su restaurante, a la par de la empresa de turismo que fundó con sus amigos -que se quedaron y formaron sus familias allí-, y se convirtió en una oportunidad laboral para vecinos de otras localidades.
El recorrido guiado por la calles principales -16 de julio y Pringles-, tiene varios puntos de interés, como la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, de 1732, es decir que es anterior al pedido de Sobremonte del trazado del lugar. Aunque fue edificada varias veces, siempre estuvo en el mismo lugar, y en 1957 se construyó la actual, que conserva su estilo original, revestida en piedra, con una única ventana circular en el frente y dos campanas al lado de la cruz. En cada una de las casas históricas hay placas que explican qué edificio funcionó allí, como el antiguo correo, el almacén de ramos generales, y la escuela primaria.
A pocas cuadras se encuentra el Museo de la Poesía, al pie del Cerro Tomolasta. Fue erigido en honor a Juan Crisóstomo Lafinur, un polifacético intelectual que fue filósofo, poeta, patriota, educador, pensador y jurisconsulto. Además de ser carolinense, nacido en 1797, y fallecido en Chile un 13 de agosto de 1824 en condición de exilio. En 2007 se gestionó la repatriación de sus restos y actualmente yacen en un monumento funerario en forma de tablero de ajedrez dentro del complejo, donde además se conservan más de 1700 manuscritos de literatos, a los que constantemente se suman obras de poetas locales, nacionales e internacionales.
Lafinur era el tío bisabuelo de Jorge Luis Borges. El escritor se refirió a la trayectoria del puntano: “Trató de reformar la enseñanza de la filosofía, purificándola de sombras teológicas y exponiendo en la cátedra los principios de Locke y Condillac. Murió en el destierro; le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir”. La plaza, las ruinas de su casa natal, el Centro de Interpretación Audiovisual, y el Laberinto del Sol de Piedra forman parte de la experiencia.
300 metros como mineros
Luego del recorrido por la historia, muchos visitantes eligen complementarlo con el ingreso al único túnel que está habilitado para recrear la vida de los mineros. “Es una actividad que se desarrolla todos los días del año. En la excursión, los turistas caminan dentro de la antigua mina de oro a lo largo de 300 metros, provistos de botas de goma y cascos con linternas”, comenta Roxana. Dura una hora y media, y pueden realizarlo personas de todas las edades.
Se realiza únicamente con la compañía de un guía especializado, que además brinda nociones geológicas mientras se avanza lentamente en las galerías del interior. Antes de pasar los primeros 100 metros, la boca de la mina se ve lejana como un pequeño puntito de luz. “Como ya no se usa con ningún fin de extracción, y se ha hecho de manera manual, está abovedado, con agua que va cayendo, y las chimeneas por donde ingresa aire para que el túnel se mantenga todo el tiempo oxigenado”, describe la pionera del turismo en La Carolina.
Durante el paseo también explican que desde 1870 el lugar quedó abandonado, porque a mediados del siglo pasado los mineros y lavadores explotaron sus vetas hasta agotar las bocaminas. Aunque el precio puede variar en temporada alta, actualmente la excursión cuesta 2.500 pesos por persona, y para los menores de 12 años la tarifa es de 1.800. Otra de las posibilidades es revivir el oficio del pirquinero, para tener un acercamiento a cómo era la actividad de quien busca oro en las aguas del río Amarillo.
“Les damos sombrero de paja en vez de casco, también las botas porque el agua llega hasta los tobillos, para que no se mojen, pala, pico, una fuente minera, y vamos a la arroyo de color ocre, dorado, por el óxido del hierro, y les enseñamos a la gente a nuestros visitantes cómo es el trabajo”, cuenta Roxana, que confiesa que en muy pocas oportunidades los turistas encuentras una chispita de oro, del tamaño de un grano de polenta. Con humor, cuenta que en el pueblo se cumple el dicho de que “no todo lo que brilla es oro”, porque en las aguas están presentes muchos minerales que al recibir los rayos del sol brillan con intensidad.
Si bien esa actividad también puede realizarse todo el año, particularmente en invierno no es de las más elegidas por ser a la intemperie. Para hacerle honor a las tradiciones y las características que los definen, cada primer fin de semana de enero se celebra el Festival del Oro y del Agua en la localidad, que suele durar dos días. “La primera noche se presentan cantantes locales y la segunda es la más importante porque hay actividades a lo largo de todo el día: carreras cuadreras, competencias de fútbol, el Ballet Municipal se prepara casi todo el año para actuar, se hacen desfiles gauchos, y vienen artistas de folclore de trascendencia nacional”, enumera.
En 2023 la asistencia superó las 6.000 personas, y aunque hay opciones de hospedaje en cabañas y hostales, todo estaba ocupado. “Estaba explotado, llenísimo, y algunos se quedaron en pueblitos aledaños, pero fuera de esa fecha, somos más un pueblo de excursión, porque la gente viene, conoce y se va en el mismo día”, reconoce Roxana. Años atrás el festival incluía la búsqueda de tesoros, de la que participaban pirquineros y pobladores: “El premio era en gramos de oro, pero la persona que lo organizaba falleció, y desde ese momento esa actividad específica dejó de realizarse, pero se conserva el nombre de la fiesta por nuestra historia, y se le agregó ‘el agua’ porque la gran mayoría de San Luis depende de nuestras nacientes”.
Un pirquinero argentino
Enrique Kike Vuarrier, tiene 67 años, es jubilado, y nació en Necochea, pero giró por el mundo varias veces hasta asentarse de manera definitiva en San Luis. En 1976 se fue de la Argentina rumbo a Brasil, donde estuvo durante más de dos décadas. “Estuve exiliado porque yo hacía militancia cuando empezó la dictadura, y volví en el 2001, cuando muchos se estaban yendo del país”, relata. A su regreso trabajó como profesor de portugués y después se fue a vivir a Mar del Plata, hasta que sintió un particular interés cuando vio un informe en televisión sobre la búsqueda del oro, supo de las minas de oro en la provincia de La Rioja y luego investigó sobre la historia de La Carolina.
“Estudié durante cinco años minería en la Universidad Nacional de San Luis, ahí leí muchos textos, aprendí de jurisprudencia, del Código Minero, métodos de extracción, la mejor forma de procesamiento y me apasionó tanto que en 2011 empecé con la minería aurífera artesanal”, cuenta, y hace referencia a la definición que brindó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en 2014 sobre el oficio: “Consiste en la extracción de oro llevada a cabo por mineros individuales o pequeñas empresas con una producción y una inversión de capital limitadas”.
A medida que fue acumulando conocimientos y sus salidas como pirquinero se hicieron más frecuentes, empezó a compartir en Facebook -en los grupos “Pirquineros de La Carolina” y “Pirquinero Argentino”- algunas de sus experiencias. “Los ríos donde hacemos el trabajo durante gran parte del año están más secos y en verano pasan a tener un caudal enorme, y aprovechamos los momentos en que no hay agua para llegar a los lugares que son más difíciles, más hacia el centro del río y escarbamos”, comenta. A veces lo acompañan algunos amigos que también realizan el trabajo en algunas temporadas a modo de hobby.
“Se necesitan algunas herramientas, como un hierro con punta para escarbar en las grietas de las rocas donde se deposita el oro que el río arrastra, y con la experiencia uno mira el río, si tiene curva, de qué lado el curso está más fuerte, para ver de qué lado se pueden depositar sedimentos”, indica. Y detalla: “El oro se captura por un proceso gravimétrico, porque siempre va a ir buscando el fondo, y zarandeamos el material fino que juntamos en una batea, un plato cónico tipo sombrero chino, hacemos correr un poco de agua del mismo río, y lo liviano va a pasar de largo mientras que en caso de haber oro, queda en el plato por su propio peso”.
Fue muchas veces a la Feria del Trueque en San Luis, donde consiguió picos, palas, piquetas, y otros elementos necesarios para fabricar bombas de agua y dragas. “Considero el pirquinero como un trabajo, un oficio autónomo donde el ingreso depende de cada uno, del tiempo que le dedique, y el conocimiento que tenga”, sostiene, y aunque son pocos los que siguen buscando pepitas de oro en el río, a veces se cruza con un padre y un hijo que mantienen vivo ese ritual.
“El que viene a La Carolina se enamora, es muy hermoso”, dice sin dudar. En su caso, hay un sentimiento de cariño por una vivencia personal que le demuestra que está en el lugar correcto. “En mi casa, en Necochea, se hablaba mucho de San Luis, porque mi abuela materna nació ahí, pero nunca había podido saber dónde, y una vez hablando con una guía le conté que era de apellido Ortiz, y me contó que el primer gobernador fue José Santos Ortiz, y que seguramente mi abuela era de La Carolina”, revela, y reflexiona: “Fue la sangre puntana la que me trajo hasta acá, y he vivido en grandes ciudades, pero esto no lo cambio por nada, me gusta San Luis”.
Roxana vuelve a tomar la palabra como carolinense, y explica que todos los habitantes se esfuerzan por mantener la esencia del lugar. “Hay gente que llega y pregunta dónde está el centro, y nosotros no tenemos, ni tampoco galerías comerciales, ni vidrieras, pero tampoco es que queramos eso, porque nos gusta tal como está, y queremos que se conserve el pueblito, con nuestros emprendedores, un señor que vende empanadas de vizcacha en un puestito, otro que vende pan casero, otro dulces, los lugares gastronómicos que tenemos, nuestras pircas, el empedrado, así somos felices”, sentencia.
Recomienda como complemento ideal para los viajeros la aplicación “Audioguia La Carolina”, que al descargarla en el celular funciona como asistente para el recorrido paisajístico, histórico y cultural. Brinda una guía de qué actividades se pueden realizar en la zona, su flora y fauna, y cada audio, texto o imagen, corresponde a una señalización vial del camino. Otra de las posibles paradas es la Reserva de Llamas Antu Ruka, que además de ofrecer el contacto con los animales, la naturaleza y el rescate de la tradición de hilar, cuenta con una casa de té.
A 20 kilómetros de La Carolina se encuentra la gruta de Inti Huasi, un domo andesítico de origen volcánico, considerado como uno de los yacimientos arqueológicos prehistóricos más importantes de América. Sin dudas, un abanico de opciones componen los motivos por los que la localidad puntana fue seleccionada para representar al país en la próxima edición de Best Tourism Village, pero para Roxana y Kike, está claro que la tranquilidad y la sensación de hogar que brinda el lugar, también son tesoros invaluables que merecen validación
Fuente: Infobae