Historias de nuestra gente: el secreto de Concarán y el último habitante de una mina abandonada

La Mina de Los Cóndores está ubicada la provincia de San Luis. Entre sus escombros se esconden los recuerdos de un pasado próspero
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Concarán tiene un secreto. Se rumorea que por las noches algunos jóvenes en busca de aventura se escabullen dentro del campamento que un día fue una ciudad. Entre las montañas se levantan casas abandonadas, galpones y máquinas a medio enterrar entre las piedras.

Es lo que quedó de una mina que tuvo su esplendor entre 1936 y 1963. Pero hoy ya no hay mineros, ni picos, ni palas, solo grafitis y escrituras que adornan las paredes de las casas sin techo atravesadas por plantas y tomadas por animales salvajes. Se dice en la ciudad que por las noches se escuchan los pasos de los antiguos obreros, las zorras recorriendo las viejas vías oxidadas y hasta el ruido de los martillos neumáticos agujereando las paredes.

La verdad es que hace 100 años una empresa alemana realizó el primer túnel de 17 km que se sumerge en el centro de la montaña. El objetivo era encontrar Wólfram, un mineral más conocido como Tungsteno, utilizado para el refuerzo del acero con el que están construidas las armas de fuego. Es por eso que la fecha de su prosperidad coincide con la segunda guerra mundial, un momento de alta demanda del material en todo el planeta.

En su mejor época, dentro de la mina llegaron a trabajar 3.500 personas. Los obreros, por entonces, estaban acompañados por sus respectivas familias. Lo que suele suceder en los casos donde se instala una industria de gran escala como la minería, es que se comienza a formar una ciudad que rodea el epicentro del trabajo. Se construyeron viviendas, almacenes, hospitales y lugares de recreación. Todo lo necesario para vivir en la zona de la explotación, que suele estar alejada de los centros urbanos. En este caso, la ciudad de Concarán.

Solo queda un habitante de las familias que convivieron en la mina de los Cóndores. Su nombre es Hugo Argentino Ortíz y junto a su esposa Tatiana hoy se dedican al turismo en lo que quedó. Pero antes de llegar a la actualidad es necesario contar que en el año 1977, Hugo tenía 20 años y llegaba a trabajar al yacimiento gracias a su suegro. “A veces la gente me pregunta si yo nací minero, y les digo que no, que yo me hice minero”. Lo aclara entre risas, porque hoy tiene 68 años y se lo ve muy confiado. Conoce de memoria cada parte de la estructura dentro de la montaña de 30 metros que está sobre su cabeza.

Lo cierto es que alguna vez tuvo miedo. Los mineros se abrían paso entre las piedras con explosiones de dinamita, y cada explosión hacía temblar la montaña con toda la gente en su interior levantando un polvo difícil de respirar y rugiendo desde las vísceras con un sonido de terror. Observando, aprendió el movimiento de la producción, a usar un martillo neumático y a esconderse en las esquinas para no lastimarse cuando los pedazos de piedra volaban por el aire.

Hugo está parado en la puerta del túnel, el camino principal hacia el interior de la mina. Para entrar es necesario usar botas por el agua que llega hasta los tobillos y linternas porque no hay luz eléctrica. Antes de entrar recuerda su llegada:

-¿Cómo fue la primera vez que entro a la mina? ¿Recordás ese día?

-Fue un día lunes. Me acuerdo de esos años, 1977, con mi finado suegro. Porque él fue el que me llevó a trabajar con él, era minero. Entonces entré. Después estuvieron los ingenieros, los encargados de la mina y me llevaron a la zona de perforación con martillo neumático, luego hice explosiones con dinamita y así empecé a aprender.

-¿Te daba miedo trabajar en la mina?

-Sí, por el ruido del martillo neumático y después por las explosiones. Porque parecía que la montaña te aplastaba y te mataba. Pero eso es hasta que uno se acostumbra y después ya está.

-¿Había muchos accidentes?

-Si, hubo accidentes en aquellos años. Cuando yo trabajé no.

-¿Qué buscaban?

-Wólfram o Tungsteno, que es lo único que se extraía de la mina. No es un mineral tóxico, lo único malo de la mina, cuando uno perfora en seco, es el polvo para los pulmones.

-¿Usted tuvo alguna enfermedad o complicación?

-No no, hasta el momento. Y mira la edad que tengo.

-¿Qué sucedió cuando cerró la mina?

-La gente que se quedó sin trabajo, algunos se fueron a trabajar a los pueblos o al campo. Yo me fui a vivir a Concarán y al poquito tiempo apareció este señor con la intención de hacer turismo y me buscó a mi para que venga a hacer de guía.

Hugo abre unas rejas, que crujen cuando las mueve, están amuradas a las paredes de la entrada. Arriba hay un cartel que reza: Túnel 0. Arrastra los pies dentro del agua que brota de la oscuridad y comienza su recorrido por un camino claustrofóbico y húmedo. Lo único que se ve es lo iluminado por su linterna. Señala en los costados un líquido verde brillante que brota naturalmente de las piedras. Es óxido de cobre y es uno de los minerales que todavía están presentes. La exploración continua hasta el corazón de la montaña, el camino se hace más angosto y obliga a agachar la cabeza. Mientras tanto, Hugo sigue con su relato.

-Más allá de lo que haya aprendido de minería. ¿Qué le enseñó la mina?

-A trabajar más. Es un trabajo más bruto, más pesado. Aprender un poco más de los minerales, a ser buen compañero con todos los compañeros y todo esas cosas así.

-¿Qué pensamientos habitan en la cabeza del minero?

-Y, el minero siempre tiene que estar pensando que tenés que trabajar y nunca estar pensando que estas abajo de una montaña de 30 metros. Porque si vos sos débil de cabeza, salís disparando. " ¿Y si me mata esto? " No tenés que pensar eso. Tenes que pensar en lo que estás haciendo trabajando, cómo vas a hacer esta voladura o esta perforación, y así.

-O sea, olvidarte donde estas de algún modo...

-Exactamente, olvidarte que estas abajo de una montaña.

-Ustedes tienen su casa en Concarán pero igual viven acá

-Claro, yo tengo mi casa acá, que me la han entregado la última empresa. Cuando trabajamos en la mina, me dijeron ‘ahí tenés la casa para vivir cuando vos quieras’. Nadie te dice nada y tenés luz.

-¿Qué se siente ser el último habitante de la mina?

-Yo siento alegría, un bienestar. Por ustedes, el turismo, la gente nos visita diariamente y charlo, les hago chistes y todo eso. No tengo problemas. Se extraña a los compañeros, eso si. Algunos ya han muerto, otros viven en la zona pero ya no tenemos el contacto que teníamos todos los días. Entonces esas nostalgias siempre te vienen, pero el mismo turista te hace olvidar todo eso porque todos los días tenés gente. Y te acostumbras.

-¿Y el silencio de la noche?

-Hermoso, no sentís el ruido de autos que van, de la gente. Acá el silencio es tremendo. Hay gente que dice que se siente gente que camina con botas, que trabajan con carretilla acarreando piedras, o martillando… como fantasmas. Pero yo nunca sentí ni vi nada.

Después de unos minutos de exploración el exterior parece muy lejano. La oscuridad reina y comienza a ser agobiante, pero Hugo continua su recorrido con un semblante imperturbable. Como si su cuerpo se moviera solo dentro de lo que fue el trabajo de su vida.

La mina de los Cóndores cerró su producción en 1985 y desde ese momento se dedicó a mostrar sus secretos a cualquier turista que tenga el valor de entrar. El último habitante vive de lunes a viernes en uno de los edificios que quedaron abandonados y que hoy es un museo. Por dentro y por fuera, hoy la mina descansa en silencio.

Fuente: Infobae

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