Daniel Malnatti cuenta como fue vivir 10 días en una mina, "donde un pequeño error es la diferencia entre la vida y la muerte"

Compartí una temporada en una mina de cal en San Juan con hombres y mujeres duros como nadie para realizar este trabajo.
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Por Daniel Malnatti

Explosiones, estrictas medidas de seguridad, temperaturas extremas, extensas jornadas de trabajo y una eterna lucha contra la montaña, así es el trabajo de quienes obtienen los minerales necesarios para casi todo lo que usamos en nuestra vida cotidiana

¿Qué es lo que está en la pared y está en el suelo? ¿Qué es lo que está en el vaso y en la gaseosa? ¿Qué es lo que está en el cuchillo y el tenedor? La respuesta es la cal. Enseguida te voy a contar cómo es que este compuesto tan simple se encuentra en todas estas cosas tan distintas. Pero es quizás más significativo pensar en a quienes tenemos que agradecerles. Ellos son los mineros.

Compartí una temporada con ellos en una mina de cal en la provincia de San Juan. Allí en Los Berros, casi todos son mineros. Explotan desde siempre enormes yacimientos de cal que hay en la precordillera. Son hombres y mujeres duros. Fuertes como nadie. Porfiados de carácter. Quizás no haya otra forma de cumplir con un trabajo tan fuerte 12 horas por día, 6 días a la semana.

La pelea es desigual, pero un minero nunca retrocede. La lucha es contra la montaña, la precordillera cuyana: un monstruo de 540 millones de años. Así de imposible es la contienda. Pero el minero insiste y testarudo todos los días va a la montaña para hacerse de un poco de toda su cal, ese humilde mineral que está en todo y nadie ve.

Uno de los mayores consumidores de cal es AySA, la empresa potabilizadora. Para alcalinizar el agua que tomamos todos los días se usan miles de toneladas de cal. Así de necesario es el óxido de calcio que se obtiene de la calcinación de la piedra caliza. También está presente en la industria siderúrgica y metalúrgica y es así cómo estará ahí cada vez que te sientes a un auto o sobre un pupitre, por ejemplo.

La cal está en tu cinturón, tus zapatos y tu campera: es un insumo insustituible para curtir los cueros. Y también te la encontrás cada que vez que te servís en un vaso agua: no sólo está en el líquido, como explicamos, sino que también se usa en el proceso de fabricación del vidrio.

Se usa además en el azúcar, los fertilizantes, los jabones y hasta en el zapallo en almíbar. Y cuando todo eso se consume y solo quedan los desechos, la cal seguirá siendo necesaria: está también presente en el tratamiento de la basura. Como verán, la cal es fundamental en nuestro día a día, de la misma manera en que su producción es medida de la consideración y el agradecimiento que le debemos a los mineros por proveer a la sociedad de ese insumo tan importante.

Los mineros no la tienen fácil. Trabajar en la cordillera es muy agotador. Doloroso en invierno cuando arrecia un frío de 10 o 15 grados bajo cero y agobiante en verano cuando la temperatura puede trepar a los 45 grados en un lugar donde no existe la sombra.

El trabajo del minero consiste primero en extraer la roca caliza. Con explosiones (o “voladuras” como le dicen ellos) los mineros separan de la montaña las piedras de donde luego se saca el óxido de calcio. Luego, con enormes retroexcavadoras suben la piedra a los camiones. De ahí se la tritura, se pasa por la zaranda y se clasifica. Se produce desde polvo a piedras chicas, medianas y grandes, según lo que pida cada industria.

En la mina todos los días son iguales. Tiene sentido si se piensa que allí el hombre lucha contra la montaña… y la montaña es infinita. El clima de trabajo es bueno y hay mucha camaradería. Junto con los más jóvenes conviven mineros de 30 o 40 años de trayectoria que vivieron realidades muy diferentes. En otras épocas, el trabajo era aún más duro y peligroso.

Igual todavía hoy es un trabajo extremo. No sólo porque requiere mucho esfuerzo físico y horas en la mina. En ciertos lugares de trabajo el polvo blanco de cal penetra todo: en los oídos, en la naríz, en la garganta y hasta en los bolsillos del pantalón. A la salida de los edificios o en zonas compartidas hay unos compresores de aire, como esos con los que se inflan los neumáticos, para que los mineros puedan sacudirse un poco el polvo.

Fui testigo desde lejos de varias voladuras. Pero cuando me enteré que Roly (uno de los expertos en explosivos) estaba preparando una enorme explosión con más de 22 cargas, me propuse estar bien cerca.

Quería ver en detalle los cables que conectan cada explosivo y que los detonan en forma secuencial. Quería pisar ese lugar que luego de la explosión iba a dejar de existir para siempre. Sentir lo que pasa con mi sangre, con mi corazón, cuando el encendedor prende la mecha.

Preparar los explosivos hizo que mi corazón se acelerara. Sentí miedo, pero solo por 1 segundo: no había más tiempo para eso. Todo se hace con sumo cuidado y hasta los mineros más expertos sienten la adrenalina en la garganta. Es que ellos saben que aquí, un pequeño error es la diferencia entre la vida y la muerte.

Encender una mecha para volar una montaña es como asomarse a un abismo. Después de todo, cuando la chispa llegue al explosivo todo ahí pasará a ser un vacío. La sangre hierve, pero son segundos. Después de la explosión viene la calma. Y ya no son piedras, son minerales que van a hacer nuestra vida mejor. Es el sosiego que da la satisfacción de la tarea cumplida

Fuente: TN

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